Barquitos de papel
Lejos ya la infancia, año tras año, centímetro a centímetro, nuestro cerebro se fue elevando sobre la fundamental columna vertebral hasta que un día se nos clavó ese periscopio de sentidos que es la cabeza; se detuvo el crecimiento. Por primera vez ajustamos en solvencia la mirada. Y allí estaba: todo por navegar, todo por hacer. Era nuestro mañana. Era nuestra vida. Y navegamos. Nuestro barquito de papel (¡Serrat, Serrat, cómo clavaste palabras!) se adentró en las estelas sin caminos de la vida por navegar (¡Machado, Machado, el más profundo y húmedo marinero de secano!). Y ahí seguimos. Golpeados a babor y estribor por iluminados de faro fundido, por obsesos del lanzamiento de ancla, por remolcadores que sólo tienen marcha atrás, acosados por tiburones de asfalto, políticos con ruta mental de cangrejo, lastrados por el Euribor, el IPC, el FMI, el IRPF y la buena madre que a todos los parió. Al final, y como tan sabiamente dice Juanjo Millás, estamos solos. En esa época con tanto inmenso reclamo de paz y construcción en dignidad, se nos marearon los capitanes. No entienden el nuevo mar de la nueva civilización. Por eso provocan tanto innecesario huracán, tanto maremoto sin epicentro, tanto oleaje sin ola. No saben y nos confunden. Seguro que todo es mucho más simple. Tiempo absurdo el de esta magnífica humanidad con tanto nuevo futuro pendiente y tanto viejo anclaje dependiente.
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