Estantes y Libros
No hacen falta demasiados libros, sino una atención cariñosa y solícita a cada uno. Como con los amores, nuestra capacidad de entrega se ve limitada. A menudo no nos deja una huella real más que una historia, dos, un príncipe danés enloquecido por la venganza, un rey con más ingenio que suerte, pródigo en naufragios, una mujer entre dos amores de final desgraciado. Todas las historias contienen la misma historia: el viaje, la superación del pavor ante el final de la trama y de la vida.
Nadie nos pide que leamos todo, sino que comprendamos algo. No sabemos vivir sin literatura, aunque entre las imágenes palpitantes de las pantallas aún no hayamos reparado en ello. Nos acechan en el anuncio breve, en las fotografías de aliento poético, en las películas y las metáforas que los periódicos emplean para explicar una realidad pétrea y desconcertante.
No sirve de nada que se lea, que pasen libros por las manos. Leemos demasiado, a saltos, en diagonal, por obligación o esnobismo. Hay que hacerlo como si nos acercáramos a algo prohibido, exquisito, inolvidable. Como cuando algo deslumbra, o hiere, o enamora.
Espido Freire para ADNfuente: www.adn.es
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