
Un festival de sabores y perfumes sutiles, producto de experiencias de manos anónimas, de la evaluación sabia de los frutos de la tierra y de la imaginación colectiva. El Minho es sobre todo tierra de
bacalao. En lascas, de cura amarilla (hoy prácticamente desaparecido),
a la Margarita de la Plaza,
a la Miquelina,
a la Mira Penha y, en Braga, forzosamente
a la Narcisa, que mejor se debería decir "a la Eusébia", la emérita cocinera del restaurante vecino del cementerio y fallecida en 1972. En Braga, algo hay debidamente local, aunque copiado un poco por todas partes: el
arroz de pato a la manera de Braga, cocido el arroz en el agua en que se cocinó el pato y llevado al horno con rodajas de chorizo y tiras de jamón. Destaca también en la Ciudad de los Arzobispos el
sarrabulho. Fundamental acompañarlo con los
rojões, una carne macerada en sal

morejo; los
farinhotes, llenados de sangre de cerdo y harina de maíz; las
belouras, o tripa enharinada, llenada sólo con harina y condimentos; los
hígados y el
verde (sangre) frito con ajo. Exclusivamente bracarenses, las
sartenes, grandes empanadillas de hojaldre con relleno de ternera y jamón, citadas como divinas por Júlio Dinis y centro de las grandes fiestas de José Fístula. Sobre los postres, Braga presume de ellos... en Braga, se debe comenzar siempre por referir el
Pudim Abade de Priscos, el
tocino del
cielo, las
vieiras, el
bizcocho rey, las
viudas del antiguo Convento de los Remedios, los
dulces de romería y los
fidalguinhos de Braga, galleta seca para acompañar el té. Y todo regado con
vino verde, joven, fresco y frutado, ya tenemos el menú para un día en Braga... que no es más que el saber colectivo, que nadie la inventó y la inventaron todos, como diría Fialho de Almeida.
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